Imagina que vives en una ciudad soleada, cálida, junto al mar. Como cualquier otro día, sales de casa con tu mejor vestimenta, preparado para afrontar un dia más, como tantos otros (llevar tus hijos al colegio, entrar al trabajo en hora, gestionar los trámites de la vida adulta, preparar las cosas de la casa,...). Una y otra vez, de forma predecible, tu mente y tu cuerpo sabe lo que espera del día: una rutina y un cielo claro, con nubes suaves que flotan a lo lejos. La mayoría de los días, esas nubes vienen y van, a veces cubren el sol por un momento, pero siempre dejan pasar la luz.
Ahora imagina que cierto día, de forma inesperada, y sin saber bien por qué, ese cielo claro, y esas nubes que vienen y van, se oscurecieran de repente, transformándose en una tormenta intensa que cubre todo el horizonte.
Al día siguiente, sales de casa con la esperanza de que el cielo esté claro, que las nubes floten suave en el cielo, que vengan y vayan, dando espacio al sol. No obstante, el cielo está de nuevo gris, con importantes precipitaciones y un fuerte viento. Parece que la tormenta nunca va a calmarse.
La ansiedad es esa tormenta, pero interna, que aparece sin aviso y se intensifica sin razón aparente. El viento de los pensamientos acelerados y las preocupaciones futuras sopla con tanta fuerza que parece que nunca va a calmarse. No es solo estar preocupado por algo específico, sino una sensación de peligro constante, como si algo terrible fuera a suceder, aunque no puedas identificar exactamente qué.
Laura (nombre ficticio) es una joven de 27 años que siempre ha sido vista como una persona organizada y responsable. Desde fuera, su vida parece perfecta: un buen trabajo, amigos cercanos, y una familia que la apoya. Pero, en su interior, Laura lucha todos los días con la ansiedad. Un día puede estar trabajando tranquilamente, pero basta con una pequeña interrupción, como un correo inesperado o una fecha límite inminente, para que su mente se llene de nubarrones. Empieza a pensar: "¿Y si no llego a tiempo?", "¿Y si cometo un error?", "¿Qué pensarán los demás de mí?". Esos pensamientos, que inicialmente parecen manejables, se multiplican y, en cuestión de minutos, Laura siente que está a punto de perder el control. La tormenta crece. Su corazón late más rápido, siente que le falta el aire, y una sensación de opresión en el pecho la paraliza. A veces, ni siquiera puede identificar una causa clara para su ansiedad, lo que solo alimenta la sensación de que algo va mal en su vida.
La ansiedad es una respuesta natural del cuerpo frente al estrés o al peligro percibido. En pequeñas dosis, es útil porque nos mantiene alerta y nos ayuda a reaccionar ante amenazas. Sin embargo, cuando la ansiedad se vuelve constante, como en el caso de Laura, deja de ser funcional y comienza a afectar seriamente la calidad de vida.
Nuestro cerebro tiene un mecanismo de alarma natural diseñado para protegernos. Cuando sentimos miedo o peligro, esta alarma se activa y nos prepara para luchar o huir. El problema con la ansiedad es que este sistema de alarma se vuelve hipersensible, activándose con cualquier pequeño desencadenante, incluso cuando no hay un peligro real. La ansiedad es una tormenta emocional que puede nublar nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos.
La terapia facilita el autoconocimiento y la adquisición de técnicas de manejo de la ansiedad. Es posible reducir su intensidad y aprender a vivir bajo un cielo más despejado. Pedir ayuda, buscar apoyo, y aprender a manejar esa tormenta interna es el primer paso para recuperar el bienestar. Si bien no podemos evitar que las nubes lleguen, podemos aprender a navegar por ellas con más serenidad. Con tiempo, paciencia y las herramientas adecuadas, el cielo puede volver a despejarse, permitiéndote disfrutar nuevamente de los rayos del sol.
Artículo escrito por:
Miguel Filipe Silva (Psicólogo y Psicoterapeuta)
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